“Estar aquí es un dolor muy grande”, dice el testimonio en video de Reyna, una mujer privada de la libertad por un delito que no cometió. Lleva cuatro años en prisión, de una sentencia de 50. Recientemente el caso de Reyna se reabrió y, mientras lucha por recuperar su libertad, ella forma parte de los programas de reinserción social de la fundación La Cana. Su historia se parece a la de muchas mujeres, que además viven en situaciones económicas difíciles y tienen pocas oportunidades para salir adelante.
La Cana es una organización hecha por mujeres que busca ayudar a otras mujeres que se encuentran en prisión. Sus programas de desarrollo de habilidades, talleres, oportunidades de trabajo, venta de productos hechos a mano, impulso de políticas públicas y seguimiento en libertad han cambiado más de 5 mil vidas.
“Lo que buscamos es transformar las cárceles en lugares de oportunidad, más allá que lugares de castigo, como lo solemos ver como sociedad”, explica Daniela Ancira, cofundadora de La Cana, en entrevista con NOSOTRAS.
“Tenemos esta idea de que cuando se hace justicia es porque metieron a una persona a la cárcel, y de alguna forma estamos satisfechos con esa respuesta por parte del estado. Pero no estamos viendo más allá. ¿Qué pasa cuando meten a alguien a la cárcel? Qué va a pasar con su familia si ella era la proveedora, ¿quién se va a encargar de los niños?”.
Entrevista con Daniela Ancira, cofundadora de La Cana
¿Qué fue lo que te abrió los ojos para comenzar a involucrarte en la vida de las mujeres en las cárceles?
La primera vez que yo conocí un reclusorio era estudiante de Derecho, y cuando comencé la carrera la verdad yo no tenía planeado para nada dedicarme a temas de este estilo. Pero la universidad donde estudié tenía un programa de voluntariado para que los alumnos y alumnas de la Facultad de Derecho diéramos asesoría jurídica probono al Penal de Barrientos, en el Estado de México.
Ese fue mi primer acercamiento en la cárcel, en esa visita yo conocí un poco de la realidad que se vive dentro. Sobre todo me llamó mucho la atención saber que no había ningún tipo de actividad productiva dentro de las cárceles: no estaban estudiando, no estaban trabajando, no estaban aprendiendo algo nuevo. Lejos de esto, las cárceles estaban siendo básicamente lugares donde, ante la necesidad económica, tenías que encontrar lo que sea para tener dinero. Y “lo que sea”, en muchas ocasiones, era seguir cometiendo delitos dentro de prisión.
Entonces esa visita fue cuando yo por primera vez me cuestioné para qué sirven las cárceles, para qué existen estos lugares si no están logrando su objetivo de reinserción social, sino que más bien están replicando estos mismos contextos de violencia y pobreza que llevaron a las personas a prisión en primer lugar.
En redes sociales comparten información sobre las condiciones en que las mujeres viven en las cárceles. Tener acceso a algo tan básico como una toalla sanitaria cuesta mucho trabajo. ¿Ha cambiado esto en los últimos años?
La verdad es que no ha cambiado mucho. Hace más de 10 años que yo fui por primera vez a una cárcel y he tenido la oportunidad de viajar a reclusorios prácticamente por todo el país, y es muy similar la situación salvo algunas excepciones como Querétaro o Monterrey.
Pero este problema persiste, las mujeres no tienen acceso a artículos de higiene personal básicos como una toalla sanitaria. Las mujeres se ponen la misma toalla todo el periodo, se ponen incluso sus calcetines porque no tienen acceso a estos productos tan básicos, como el papel de baño.
Lo que sí ha cambiado es que ha aumentado la población penitenciaria femenil y eso se debe en gran medida a la prisión preventiva oficiosa, que cada vez incluimos más delitos al catálogo de prisión preventiva oficiosa. Otra vez, porque entendemos que la cárcel es la solución, cuando realmente no es así, no existe un solo delito que haya bajado por estar en el catálogo de prisión preventiva.
Entonces tristemente no ha cambiado mucho. Creo que empezamos a hablar más de eso y quizá somos más conscientes como sociedad, y eso lo celebro. Pero desafortunadamente las cárceles siguen siendo estos espacios sin perspectiva de género, donde hay una infinidad de problemas, entre ellos que todo cueste en la cárcel y no tengan acceso a esos productos.
¿Crees que en México se da el fenómeno de que muchas mujeres terminan en las cárceles debido al sistema patriarcal y la violencia machista?
Absolutamente. Nosotras hicimos una investigación a lo largo de dos años, precisamente para conocer por qué las mujeres terminan en prisión. No por qué delitos, sino cuáles fueron las causas que llevaron a las mujeres a delinquir. Escribimos un libro sobre este tema, que se llama “Acusáis a la mujer sin razón”.
Confirmamos lo que ya sospechábamos: que la violencia de género es la principal causa por la cual las mujeres están en prisión. Nos fuimos por casi toda la República a entrevistar mujeres de manera aleatoria en los penales, fueron horas de entrevistas a profundidad. Nos dimos cuenta de que cada una de esas vidas está marcada por la violencia machista. Ya sea porque la violencia las sacó de sus casas, huyendo de la violencia de su papá o padrastro, tuvo que vivir en la calle y eventualmente terminó en prisión por una situación relacionada. O, por ejemplo, era pareja de quien cometió el delito o a su vez era víctima.
También al momento de juzgar, [la violencia] no termina cuando las acusan de delito sino cuando las juzgan. Incluso a las mujeres las juzgan con más años de sentencia. Porque una mujer que se sale de este rol de buena, sumisa y abnegada es mucho más juzgada por la familia y el propio sistema.
Sin duda alguna la violencia machista es la principal causa que atraviesa la vida de las mujeres que terminan en prisión.
¿Cuáles dirías que fueron las mayores dificultades para echar a andar el proyecto de La Cana?
Todo lo que tiene que ver con trabajar en una cárcel se complica, toda la logística. Desde que no hay un horario fijo de trabajo y la comunicación es muy limitada. Entonces vas una vez a la semana y tienes que dejar todo dicho porque no vas a regresar hasta la semana siguiente.
Pero yo insisto en que por siempre el reto más grande de La Cana ha sido concientizar a la gente de que es necesario trabajar con personas privadas de la libertad. Nos critican mucho de que ayudamos a delincuentes, que como habiendo afuera tanta gente sin trabajo vamos a la cárcel.
Porque justo, creemos que esas personas no merecen que las excluyamos como sociedad. En La Cana buscamos visibilizar que es al revés, que trabajando con personas privadas de la libertad vamos a crear un México más seguro, un México más en paz, donde la gente tenga realmente las herramientas para cuando sale de prisión o incluso dentro pueda aportar algo a la sociedad.
¿Cómo lidian con esa parte de la opinión pública? Con tanto estigma y prejuicio
Creo que nuestros resultados hablan por sí solos. En la Ciudad de México el índice de reincidencia alcanza hasta el 40%; con nosotras en La Cana es del 3%. Tenemos un montón de historias de éxito de mujeres que han salido de prisión y que han emprendido, han trabajado en negocios, que se han dado cuenta de que no tienen que depender de este hombre violento para salir adelante.
¿En qué momento te diste cuenta del alcance que tiene este proyecto?
Nosotras estamos muy agradecidas con la gente que nos ha apoyado, que ha confiado en nuestra causa, que ha comprado los productos. Empresas que se suman para dar estos productos como regalos corporativos, porque la verdad sin el apoyo de la gente que sí cree en nosotras, La Cana hubiera muerto desde el día uno de que arrancamos.
Pero, sin duda, las historias de vida de quienes han pasado por La Cana son lo que nos hace darnos cuenta que esto puede ir realmente más allá. Que no queremos que este trabajo dependa de unas cuantas organizaciones de la sociedad civil nadando contra corriente, sino que estos modelos se adopten como la política pública del país y podamos tener estos resultados positivos en toda la República.
¿Ha habido algún caso en particular con el que hayas tenido cierto apego?
Claro, la verdad es que al final somos humanos y es bien difícil separarte emocionalmente de las beneficiarias, de quienes asumimos la defensa jurídica. Hay muchos casos que generan todo tipo de sentimientos. Siempre digo que este trabajo es agridulce, y es muy cierto.
Me gusta mucho platicar historias como la de Selene, por ejemplo, que ahora está por terminar su carrera de Enfermería. Tenemos a Abi, que va a empezar a estudiar Derecho y que además lleva años trabajando con una diseñadora increíble. O tenemos a Adri, que empezó su propio negocio.
Entonces realmente historias que vienen de contextos de muchísimos desafíos y violencia. Darte cuenta de que con mucho trabajo personal, con una gran red de apoyo que hemos hecho, sí se puede salir adelante.
¿Cómo ha cambiado tu manera de ver la vida a raíz del trabajo que haces en La Cana?
Creo que aprendes a valorar tantas cosas. Yo me acuerdo muy bien un día que salió una chava que llevaba 23 años en prisión preventiva. Cuando iba a salir yo le dije, “oye, te invito a desayunar. Dime qué se te antoja para que de aquí nos vayamos a desayunar, así lo que más se te antoje”. Yo pensando que me iba a decir algo súper particular, y me dice: “no sé, un mango. Llevo años sin comerme un mango porque en la cárcel no hay frutas y verduras frescas, la calidad de la comida es terrible”.
Siempre me acuerdo de ella cuando como mangos. Valorar estar libres, todos los privilegios que tenemos aquí afuera, creo que sí me ha hecho muy consciente de valorar todo esto.
¿Me podrías platicar sobre Proyecto Libertad? ¿Qué es?
Es un eje de trabajo de La Cana, que es de mis favoritos, y se trata de defender a gente que no debería estar en prisión. Con “no debería” me refiero a personas inocentes, desde luego, pero también personas donde el costo social de mantenerlas en la cárcel es mucho más alto.
Teníamos una pareja que estaba en prisión porque se robó unos globos de 350 pesos para la fiesta de su hija, y que les dieron 6 años de cárcel. Entonces quizá sí son culpables pero, ¿de qué sirve que tengamos a esas personas en prisión?
Con nuestro programa de Seguimiento en Libertad tienen oportunidades de estudiar, tener atención psicológica. Defendemos también a personas que son candidatos para una amnistía, porque la cárcel está llena de gente sin recursos, más allá que de gente culpable o que realmente represente un riesgo para la sociedad.
Yo no digo que la cárcel no debería existir, sin duda alguna hay gente que sí es un riesgo para la sociedad y sí necesita ese trabajo de reinserción social. Pero también hay tantos casos que son verdaderamente absurdos que las personas estén en prisión con tantos años de sentencia.
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