A los 25 años estaba llena de planes y muchas ganas por cumplirlos, uno de ellos era convertirme en reportera de futbol y pensé que haría todo para lograrlo hasta que a cambio me pidieron sexo. Así se resume mi historia de acoso sexual.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el acoso sexual como una “manifestación de la discriminación de género que hace que la persona se sienta ofendida, humillada y/o intimidada, y que constituye un problema de salud y seguridad en el trabajo”.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 1 de cada 3 mujeres ha sufrido acoso sexual en su trabajo, por lo que este problema ya es considerado un tipo de violencia de género contra las mujeres a nivel mundial.
Hay 2 formas en las que puede ocurrir, pero la más común es el chantaje, cuando la persona de poder (jefe) abusa de su puesto para intimidar a su subordinada a cambio de un “beneficio”, como la permanencia en el trabajo o un aumento de puesto o de sueldo.
La otra forma de acoso es a través de comportamientos que pueden ser físicos (tocamientos o violencia física) o verbales (palabras obscenas o chiflidos).
De la forma que sea, el acoso sexual es un delito y debemos denunciarlo. No permitamos que estos episodios desagradables sigan pasándonos, mujeres.
Cuando me pasó estaba muy joven e inexperta, por lo tanto, el miedo me comía pero ni así lograron someterme.
Yo soñaba con ser reportera de futbol y hacer de los estadios mi oficina y poder narrar los partidos. Así que cuando pedí mi primera oportunidad laboral a eso fui. Tenía 22 años.
Me quedé como becaria en la sección de Deportes; sin embargo, cuando el editor me conoció no me quiso en su equipo porque me vestía de minifalda y tacones y según él intentaba “protegerme” del ambiente machista del medio.
Me discriminó y pidió mi cambio a la sección de estilo de vida porque le hacía más sentido que estuviera allí solamente por ser una mujer que olía rico.
Así fue que comencé a ganar experiencia en el periodismo rosa o del corazón, que hoy es mi especialidad. Sin embargo, yo quería hacer otra cosa.
Así que después de 3 años en mi empleo, renuncié y decidí tocar la puerta de una de las revistas de futbol más reconocidas en el país. Era mi intento 2 por entrar al periodismo deportivo.
Yo no conocía el rostro del editor de la revista pero sí todo lo que escribía y lo que decía, pues colaboraba en un par de programas de radio. La verdad, lo admiraba.
Mi primer filtro fue con recursos humanos y lo pasé; luego me indicaron que iba a tener entrevista con el editor, en serio era un sueño para mí.
Llegó el día de conocerlo y la experiencia fue muy agradable. Estaba impresionada de lo joven que era para tener tanto prestigio en su gremio. Tenía 39 años, me llevaba 17.
Durante la entrevista salió que habíamos estudiado en la misma universidad, mi amada UNAM, y que teníamos la misma asesora de tesis. Yo ya estaba titulada y él seguía en el proceso.
En ese momento pensé que lo había convencido de ser la mejor candidata para el puesto por contarle que crecí en los estadios, gracias a mi papá que era pambolero e incluso había jugado en la segunda de Pumas.
Le dije todo lo que sabía sobre jugadores, técnicas y demás. Le hablé de líneas de 3 y de la historia del Maracanazo.
Me dio el puesto y como en todo trabajo me dijo que estaría 3 meses a prueba y que de cajón tenía que leer todos los libros sobre futbol que él tenía en su biblioteca personal.
Estaba encantada, pensaba que había logrado conseguir mi trabajo más deseado y además iba a aprender de uno de los grandes periodistas deportivos del país.
También celebraba que había ganado al fin la batalla de desigualdad de género en el periodismo deportivo. Pero esto apenas empezaba y me esperaba algo peor.
Las primeras semanas estuve en la redacción leyendo los libros de futbol que me puso de tarea y revisando la ortografía de la revista que se iba a publicar en el mes.
Durante mi segundo mes me dijo que iba a comenzar a proponer titulares y lo iba a acompañar a los partidos y eventos que cubría, para irme adentrando mejor pero guiada.
Pero además, comenzó a invitarme a cenar y bailar salsa, lo cual me pareció raro pero no quise pensar mal. ¡Esa ya era una red flag!
En varias ocasiones me llevó a mi casa porque le quedaba de paso y yo encantada de ir escuchando sus infinitas historias y experiencias sobre futbol. Aunque también me hablaba de algunas cosas de su vida personal.
Pese a que casi tenía 2 meses trabajando en su equipo, él me seguía hablando de usted y casi me llamaba todas las noches por teléfono, las llamadas duraban al menos una hora.
Un viernes me invitó a cenar y bailar salsa, su plan favorito, le dije que sí. Lo raro fue que cuando íbamos en camino me preguntó si lo acompañaba a uno de sus departamentos a cobrar la renta. Le dije que estaba bien, no sospeché nada.
Cuando llegamos al edificio metió el auto al estacionamiento y al apagarlo, me pidió que lo acompañara, en ese momento comenzó mi incomodidad.
Le dije que no, que lo esperaba en el auto, pero insistió. Luego cambió la versión de que iba a cobrar la renta porque iba a revisar que el inquilino hubiera vaciado el departamento, entonces estaríamos solos.
Insistí que no y que quería irme ya, todavía me atreví a exigirle que me llevara a casa. Yo era muy joven y no sabía qué hacer.
Me dijo que no iba a pasar nada que yo no quisiera, pero que era obvio que queríamos los 2 por las pláticas largas que teníamos, las comidas y demás.
Estaba asustada pero mi papá me enseñó a defenderme y pelear por mi vida e integridad de ser necesario. Así que lo amenacé con gritar. Sabía que no iba a ir más allá, aunque estaba muy incómoda, estaba sufriendo acoso sexual laboral.
Nos metimos al auto, comenzó a manejar en silencio, hasta que de pronto se soltó a reprocharme que era obvio que a eso íbamos y que me olvidara del trabajo.
Me estaba proponiendo darme el trabajo de planta a cambio de sexo, abusando de su poder. En serio que me dieron ganas de vomitar. Le solté toda la impotencia que sentía, no pude hacerlo sin sollozar. El tipo frío seguía manejando sin decir nada.
Al llegar a mi casa le azoté la puerta de su auto caro. Y el lunes hablé a recursos humanos para decirles que no iba a volver porque el trabajo no era lo que esperaba.
No me atreví a decir la verdad, pensé que no iban a creerme porque él tenía una gran reputación. Pero tampoco pude contarle a mis papás o a mis amigas, sentía mucha pena.
Una semana después encontré trabajo en mi fuente, el periodismo rosa, pero seguía con el nudo en la garganta y quería justicia.
Así que decidí abrir una cuenta de Twitter y denunciarlo. ¿Y qué creen que pasó? Éramos varias mujeres que habíamos sufrido acoso sexual por parte del señor.
NOSOTRAS unidas logramos que recursos humanos y mucho más personas se enteraran quién era este tipo y lo que hacía con sus subordinadas.
Y creo que además le encontraron otras cosas ilegales, así que se quedó sin trabajo, cerró sus redes sociales y desapareció.
Se había apagado el editor reconocido y admirado que aparentaba detrás del acosador que realmente era.
Pero además de todo, en el tiempo que trabajé con él, se atrevió a añadir en Facebook a dos de mis mejores amigas, que claro llegó a ellas por mi red de contactos, y las invitaba a los palcos de los estadios para ver los partidos de sus equipos. Era un cobarde, un enfermo.
Me siento en paz de haber levantado la voz y buscado justicia a pesar de sentir que estaba enfrentándome con Godzilla.
En ese momento no lo sabía pero ya era una mujer feminista dispuesta a luchar por erradicar cualquier tipo de violencia contra mi género.
Hoy espero que mis sobrinas no tengan que enfrentarse a toda esta violencia sólo por ser mujeres. Por ellas y por todas levanto la voz y me convierto en el ejemplo de lo que debemos denunciar.