“Por ser MUJER, lo perdí todo”: la historia de Camila

Ser MUJER lo es todo y como tal, merecemos el respeto y reconocimiento igualitario que el machismo nos ha arrebatado. Ese fue el eje de un evento feminista al que asistí hace unos días y en el que conocí a Camila, quien perdió hasta los apellidos por luchar por su género. Esta columna 1, 2, 3 X NOSOTRAS también es un espacio para exponer las historias de mujeres que con su lucha nos inspiran, como ella.

Nació siendo hombre en Chimalhuacán, Estado de México, hace 41 años, sus padres la llamaron José María y le decían “Chema”. Creció en una familia muy católica y machista. Su papá era peluquero, tenía su negocio en su casa, y su mamá era ama de casa. Tuvo 5 hermanas, todas mujeres. Fue la última hija porque su papá quería un varón.

Su familia vivía con lo necesario, recuerda que muchas veces no había dinero para comer y tenían que vivir de huevo, arroz y frijoles. Su casa (en obra negra) se componía solamente de tres cuartos: uno lo ocupaban para la cocina y la sala, el otro era la recámara de sus papás y el tercero era donde dormían todos los hijos. Compartían un baño en la casa pero tenían el de la peluquería para las emergencias. 

Camila recuerda que desde el kinder comenzó a sentirse una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre y eso se fue intensificando con los años, siempre quiso que le dijeran: ella. Sin que se dieran cuenta, robaba la ropa de sus hermanas y se la ponía en los probadores de las tiendas. En esos momentos ella se sentía bien, le gustaba lo que veía en el espejo. 

Foto: Pixabay

Cuando entró a la secundaria, sus papás y hermanas comenzaron a violentarla con calificativos como: “puto”, “maricón”, “mayate”, al igual que lo hacían sus compañeros de la escuela y los vecinos. 

Pero todo se puso peor el día que cumplió 13 años y su papá le pidió a su compadre que lo “hiciera hombre”. A ella le dijo que su padrino iba a llevarla a festejar, se arregló y nunca pensó que ese día su vida iba a cambiar por completo, pues confiaba en su padrino, hasta ese momento era de las pocas personas que no la habían agredido por sus evidentes preferencias de género. 

Cuando se subió al taxi de su padrino comenzó un discurso sobre que estaba en la edad de “hacerse hombrecito” y que sus papás estaban preocupados por sus gustos “afeminados”. Ella guardó silencio, no sabía qué decir, no sabía si era el momento de confesarse. Y es completamente entendible, era una niña, tenía 13 años y nunca le crearon un vínculo de confianza para poder hacerlo, al contrario, solamente la agredían y la discriminaban.

Llegaron a un burdel, en el que ya la esperaban dos sexoservidoras en uno de los cuartos del lugar, a las que su padrino les había pagado para que tuvieran sexo con ella. Le pidió que entrara y recuerda haberlo hecho temblando. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordarlo, como aquella vez.

Foto: Pixabay

Entró sin decir nada y en cuanto cerró la cortina que funcionaba como puerta, las mujeres comenzaron a acariciarla para tratar de calmarla, ella se congeló. Le quitaron la ropa, la hicieron que las tocara y la masturbaron. 

Le hicieron sexo oral las dos, la estimularon vía anal para tratar de que tuviera una erección, lo cual nunca pasó. Cuando terminó su tiempo, salieron y la dejaron vistiéndose. Esa tarde Camila fue violada por dos mujeres y les pagaron por ello. 

Salió del privado sintiendo la tristeza más grande y queriendo terminar con su vida. Era una niña pero sabía que no quería regresar a la casa en donde las personas que supuestamente la amaban la habían lastimado de esa manera. 

Su padrino se sentó a tomar con las sexoservidoras y ella aprovechó para salir corriendo del burdel. Con la muda de ropa que llevaba y menos de 30 pesos en la bolsa, Camila decidió no volver nunca más con su familia. 

Esa noche tomó el metro a la CDMX, específicamente a Bellas Artes, donde buscó una banca para dormir y así comenzó a sobrevivir un día a la vez, pasando hambre, frío y peligros, pero nunca más por una violación. 

Lo primero que hizo fue “bautizarse” con el nombre de Camila sin apellidos y comenzar de cero, asegurando que no tenía familia y que no recordaba nada de su vida; hubiera querido que realmente fuera así. 

Trabajó en todo, en los mercados, haciendo limpieza en casas, de ayudante en varios negocios, todos empleos informales porque no tenía documentos. Siguió sufriendo discriminación y violencia verbal pero a esas alturas ya todo se le resbalaba, había creado una “capa” gruesa de piel que la blindaba porque se prometió que nunca más nadie iba a lastimarla de ninguna manera. 

Hasta que conoció a su jefa actual, que tiene una estética y que es madre soltera de dos hijos, pues huyó de su esposo alcohólico cuando se cansó de las golpizas y los malos tratos. Sus historias las hicieron sentir empatía la una por la otra; mujeres somos y la sororidad nos une. 

Al principio la dejó vivir en la estética hasta que Camila conoció a su actual pareja: Iván, un hombre que era cliente de la estética y que poco a poco se fue enamorando de ella. 

Foto: Pixabay

Hasta ese momento, Camila se vestía como mujer, se depilaba con cera y usaba bras con relleno, porque no tenía las posibilidades económicas para hacerse las cirugías y tratamientos que la hicieran sentirse ella. 

Pero cuando comenzó su relación con Iván, se les ocurrió comenzar a hacer tandas para obtener dinero y pagar los tratamientos de hormonas y su cirugía de senos. Hoy Camila se siente feliz con su imagen, aunque todavía están haciendo la “vaquita” para la cirugía de cambio de sexo. Dice que cuando eso suceda, al fin logrará mirarse al espejo con total amor. 

Pese a todo lo que ha vivido, Camila es una mujer muy resiliente, empática y sensible. Acude a eventos feministas en busca de poder tener una identidad como mujer y papeles oficiales que la respalden. En su camino ha conocido mujeres que buscan lo mismo: reconocimiento y derechos, ¡los merecen! 

Sobre su familia, nadie hizo nada por buscarla; supo que sus padres fallecieron y que sus hermanas siguieron el patrón machista, pues viven con hombres que las violentan. 

Camila dice que lo perdió todo por ser mujer, pero no es así, ella lo ganó todo precisamente por buscar serlo. Hoy tiene un hogar, por primera vez, un sitio seguro, una familia que la ama y la respeta, un trabajo y un cuerpo que ya siente suyo. Le falta conseguir papeles, pero su identidad ya la creó. 

A través de esta historia espero que encuentre el apoyo que le hace falta para ser reconocida oficialmente como MUJER. Por Camila y por todas NOSOTRAS que merecemos vivir sin violencia de género.

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