Aunque sabemos que el miedo no sirve de nada, paraliza y nos hace daño, también me gusta pensar que hay miedos buenos y son los que nos despiertan cuando necesitamos hacerlo. Sucede por lo mucho que tendríamos que perder si no abrimos bien el corazón y los ojos.
Y es que en este mundo que gira tan de prisa, donde es más fácil navegar con bandera de empoderadas que de vulnerables, solemos dejar lo que más nos importa al último.
Miedo al divorcio
Todo esto lo dice alguien que de recién casada se dedicó a armarla de pedo sin parar, lo dice alguien que ha querido divorciarse tres veces y, en serio, lo dice alguien que le ha empacado maletas a su esposo. Justo por eso me atrevo a contarlo, porque esa etapa de mi vida tenía mucho, pero mucho que ver con mi historia.
Siendo hijas de papás divorciados, hoy puedo platicarlo desde un lugar absolutamente distinto. Recuerdo ese segundo donde nos dieron la noticia y se desmoronó mi mundo entero, no me gustó que se divorciaran, me dolió el alma y me enojé por mucho tiempo. No me tocaba a mí juzgarlos como pareja, ni escoger un bando por así decirlo, pero estaba muy chiquita y quería a mis papás juntos como los de mis amigas, quería no tener que ir de casa en casa ni tener tiempo limitado con mi Papá, sobre todo.
Hoy te puedo decir que nunca había aceptado que me da miedo divorciarme, me da miedo estar sin mi esposo porque de verdad estar con él es como llegar a casa, a la casa que yo soñaba llegar y no tenía porque era tiempo con mamá o con papá.
Muchos años después entendí que mi mamá no era feliz con mi papá, que él intentaba todos los días cortarle más y más las alas, que eso no era vida; tampoco hubiera sido para nada justo ni correcto que ella se quedara solo por ahorrarnos ese duelo y/o rompernos esa expectativa de familia que teníamos y queríamos mis hermanos y yo.
Los siete años de matrimonio
Entonces me empoderé desde chavita, desde mi primer novio hasta el día que me casé fui esa mujer y novia empoderada que decía a los cuatro vientos: “Yo puedo sola sin tema y, si quieres llegarle, llégale”.
Tuve de verdad amores divinos, otros tropezones y siempre traía, como dice mi Psicóloga, el ‘car seat’ en la cajuela porque moría por ser Mamá desde que tengo memoria. Pero nunca me senté a aceptar, con este esposo que tengo, con esta familia que hemos construido y con todo lo que hemos superado, que me da miedo no solo el divorcio sino perderlo hoy, en cinco, en 10 o en 20 años.
Tengo que confesarles que jamás había sentido esto ni estamos pasando por una mala racha (que hay muchas de ésas en el matrimonio), pero estoy a días de cumplir siete años de casada y dicen que es el momento de mayor crisis; varias conocidas duraron exactamente eso casadas, siete años.
¿Qué me estará pasando? ¿Será que este mundo tan aterrador también te hace valorar tener a alguien que te haga sentir en casa con solo abrazarlo? Pensé que se me había quitado lo cursi y está regresando con todo.
No vivir desde el sacrificio
Me encantaría leerlas y saber su experiencia sobre esa famosa crisis de los siete años pero, antes de cerrar mi compu, dejar un mensaje muy importante. NO VIVAS NADA DESDE EL SACRIFICIO. No te quedes en un lugar donde no eres vista, reconocida, amada y valorada “por tus hijos” porque entonces eso les estás enseñando que es el amor, el matrimonio y que de eso trata la vida.
Y no, señoras y señores, la vida es otra maldita cosa. Al final superé el divorcio de mis Papás como millones de niños y niñas en el mundo, al final mi mamá me puso el ejemplo de luchar por su sueño, mi Papá encontró el amor una y mil veces de nuevo y vivió al máximo como nos enseñó a hacerlo. Honro a mis Papás, les agradezco y continúo dando lo mejor de mí todos los días por mis hijos.
Por esta familia que tanto soñé, elijo transformar ese miedo en ‘wake up call’ para procurarnos más, abrazarnos más fuerte y, dentro de las agendas tan apretadas, no dejar de tener esos ratitos para sentirnos libres y jugar a novios. Para seguir eligiéndonos todos los días.