Hoy en 1, 2, 3 X NOSOTRAS te contamos la historia de Lilibeth, quien pensó que había encontrado el verdadero amor de pareja hasta que un amor tóxico de mamá acabó con su relación, con su autoestima y casi con su patrimonio.
“Nunca te enamores de un hombre con mamitis”, ese es el consejo que yo les daría a todas.

Mi historia comienza en la universidad, en donde conocí a Luján, mi primer esposo y el hombre que más he amado hasta ahora.
Estudiamos trabajo social y de ser compañeros de clase, nos convertimos en amigos hasta que terminamos siendo novios.
Sus detalles fueron los que me hicieron enamorarme de él. No había día que no me dejara un chocolate, una rosa o un sándwich en mi banca, junto con una nota amorosa.
Quién no hubiera caído rendida ante el encanto de un hombre que te trata bien, que huele rico, que es guapo y además que te llena de regalos y todo el tiempo te recuerda que le encantas.
Me sentía muy agradecida con Dios por haberme mandado a un gran hombre, sentía que no pisaba las nubes.
Nunca vi las banderas rojas antes de casarme. Ahora que pienso en retrospectiva, creo que sí había señales pero las normalicé justificando el amor inmenso de una mamá.
Luján era hijo único de una madre soltera, así que él siempre hablaba de su mamá con orgullo y veneración por haberlo sacado adelante sola.
Eso también me enamoró de él, pues me parecía atractivo que un hombre respetara tanto a su madre y que por su historia de vida honrara tanto la figura de la mujer.

Mi novio y yo nunca pudimos quedarnos juntos a pasar una noche porque siempre tenía que volver a casa para no dejar sola a su mamá.
Por eso me encantaba que nos fuéramos de viaje, porque era la única manera de pasar días enteros solos; sin embargo, a diario le llamaba por teléfono a su mamá para saber que todo estaba bien.
Incluso me la pasaba para que yo la saludara. Debo admitir que mi suegra nunca me trató mal, era una mujer amorosa con todos y eso hizo que yo no supiera poner límites sanos.
Tras 4 años de relación, mi novio me pidió matrimonio, la propuesta fue un sueño. Reunió a mi familia, a la suya y a nuestros amigos en un bosque.
A mí me llevó pensando que haríamos un simple picnic y al llegar, todos formaron un cartel para preguntarme si me quería casar con él.
A Luján lo habían ascendido en su trabajo y tenía que mudarse a Querétaro, no quería que estuviéramos lejos y por eso me pidió matrimonio.
Los planes eran comprar dos casas, una para nosotros y otra para su mamá al lado de la nuestra. No me pareció mala idea porque ella iba a tener su propio espacio y sentía feo que se quedara sola.
Sacamos dos créditos, con el suyo compró la casa para su mamá y con el mío compré nuestro hogar.

Por los gastos de las casas, las compras de los muebles y la mudanza, decidimos casarnos en una ceremonia muy sencilla. En casa de mis papás hicimos la comida y tuvimos mucho apoyo de nuestros amigos, quienes fueron padrinos de todo.
Mi boda fue otro sueño cumplido para mí, pero también fue el inicio de mi matrimonio fallido.
Ser novios con una mamá muy presente no es lo mismo que ser esposos con la suegra de vecina.
Al inicio yo no tenía trabajo, así que casi todo el día salía de casa para ir a entrevistas de trabajo.
Mi suegra se ofreció a hacernos la comida y a ayudarnos con el aseo, pero en realidad lo que estaba haciendo era controlar todo.
Se acabaron los viajes solos, las salidas al cine o a comer porque no me había casado con Luján, sino con él y su mamá. Nos convertimos en un matrimonio de 3 o en una familia donde ella me adoptó como una hija más.
Mi suegra siempre fue amorosa, pero yo no estaba soportando tenerla encima todo el tiempo, metida en mi casa.

Llegó el punto en que casi todos las noches peleábamos mi esposo y yo y era el único momento que estábamos solos.
Definitivamente esa no era la vida que quería, pero tampoco me atrevía a pedirle que nos fuéramos a vivir a otro vecindario, aunque lo pensé muchas veces.
Tenía claro que su mamá siempre iba a estar primero que yo, lo cual me hizo dudar de mi valor y hasta sentirme culpable y mala persona por intentar anteponerme.
Mi “vaso de agua” se derramó el día que mi suegra y yo tuvimos un accidente de auto cuando íbamos a hacer el super y Luján dedicó todo su tiempo a cuidarla a ella.
El despertar es duro, ese vuelco de realidad de darte cuenta que estás sola en una relación es algo que no le deseo a nadie.
Yo me había roto una pierna y una mano, así que no iba a poder sola, por lo que le pedí a mi hermana que fuera por mí para llevarme a casa de mis papá el tiempo que tuviera los yesos.
A mi esposo le pareció una gran idea porque él no podía con las dos; mientras que yo me sentí un cero a la izquierda.
No me visitó ni una sola vez y a mí no me llamaba a diario como a su mamá.
Cuando me recuperé y regresé a casa, lo invité a comer fuera y le pedí que lo hiciéramos solos precisamente por el tiempo que habíamos pasado lejos.
Le dije cómo me sentía; jamás le pedí que dejara de ver a su mamá, simplemente le comuniqué que necesitaba sentir que me daba mi lugar como su esposa.
Él me culpó de injusta, no quiso escuchar lo que sentía y asumir sus errores y su relación tóxica con su madre.
Después de eso, me di un tiempo para conseguir una beca para hacer una maestría en el extranjero, otro de mis grandes sueños, ya que era lo único que podía levantarme de la depresión que estaba atravesando.
El día que me avisaron que la había conseguido, le dije a Luján que me iba, que ahora le tocaba a él acompañarme en mi sueño y seguirme, pero me dijo que no, que nunca iba a mudarse a otro país distinto a donde vivía su mamá.
No me dijo que tenía que dejar su trabajo o que estábamos muy endeudados por los créditos de las casas, sino que su rotundo NO fue por su madre.
Decidí irme y me lo reprochó todos los días, hasta que a distancia le pedí el divorcio. Evidentemente con ello iba a venir la repartición de bienes y él debía salir de mi casa e irse con su mamá.
El proceso de divorcio fue muy pesado porque se resistía a aceptarlo y a salirse de mi casa, hasta llegué a pensar que era lo único que le interesaba, lo material.

Me puso en una competencia con su mamá que al final terminé perdiendo, además de mi relación, mi hogar y mi casa.
Me tomó tiempo sanar mi corazón roto. Hoy estoy saliendo con un inglés muy guapo que conocí cuando estudiaba la maestría. No sé si tendremos una relación seria pero sí sé lo que ya no quiero volver a aceptar.
Hoy tengo claro que una buena mamá jamás competirá con la pareja de sus hijos, ni tampoco se meterá en la relación.
Y que una mujer desde su rol de pareja no debe sentirse culpable por pedir ser prioridad.
No te pierdas nuestro podcast X Nosotras, que cuenta historias de mujeres que como Nosotras están en el proceso de alcanzar su mejor versión. Disponible en YouTube y Spotify.