En esta historia de mi vida fui la villana, la mala persona que rompió un corazón bueno y sincero por culpa del egoísmo, las necesidades y la inmadurez, pero es una de las experiencias sentimentales que más enseñanzas me ha dejado y que me ha servido para madurar.
Esto pasó en una etapa en la que me sentía muy vulnerable y no quería estar sola, así que me aferré al amigo incondicional enamorado de mí y que sabía iba a cubrir ese hueco que no quería sentir, mientras él era feliz con mis migajas de atención y cariño. Evidentemente él tampoco sabía amarse a sí mismo.
La mayoría de mis noviazgos han comenzado por una amistad, soy cinta negra en flechar a mis mejores amigos, no les puedo revelar cómo sucede, pero eso me pasaba irremediablemente. Así que el protagonista de esta historia comenzó a acercarse a mí como un buen colega hasta que se convirtió en mi amigo inseparable.
Yo nunca lo vi, no sé por qué, no sé si les ha pasado esto, que alguien las busca, es el más atento, siempre está, pero tú no eres capaz de verlo. Por eso es que no puedo ni decirles cómo es que para él me convertí en alguien tan especial. Me buscaba a diario, todo el tiempo chateábamos, según yo de experiencias laborales, pero él fue sintiendo que estábamos conociéndonos y creando una intimidad.
Él es una persona muy reservada, algunos hasta lo consideran arrogante, pero por algún motivo él vio algo en mí que lo atrajo y por eso decidió acercarse y comenzar a construir confianza, un vínculo.
Fue hasta que yo viví uno de los episodios más traumáticos de mi vida que me di cuenta que él existía, que él siempre había estado en todo y en todas conmigo. En esos momentos lo agradecí tanto, agradecí sentirme tan amada y acompañada y eso era suficiente.
Durante todo este proceso le permití acercarse a mí todavía más y fue cuando me di cuenta de lo enamorado que estaba, de lo que era capaz de hacer por compartir su tiempo conmigo y aunque yo sabía que no le correspondía, me aferré a él porque lo necesitaba, fui una egoísta.
Pero no sólo eso sino que abusé de su incondicionalidad, saqué mi lado más infantil y berrinchudo y, por supuesto, él me aguantaba todo. Con una paciencia increíble me trataba y me cuidaba, porque claro, cuando uno se enamora desde una necesidad pone a la otra persona por encima de sí mismo.
Tiempo después comencé a sanar mis heridas y me di cuenta que estaba haciendo lo mismo que yo tanto odiaba: lastimando un buen corazón por egoísta e inmadura. Él todo el tiempo fue honesto, sincero, transparente y me puso su corazón en las manos.
Así que decidí darme una oportunidad con él, darnos una oportunidad, pero nunca pude enamorarme de él. Tenía a la pareja más fiel, leal, paciente, presente y todo lo que había deseado, pero nunca sentí esa conexión, esa llama.
Lo peor de todo es que cuando me di cuenta, no volví a enfrentar la situación y seguí con eso hasta que me explotó en la cara. Comenzamos una relación en la que él se enamoraba cada día más y yo no sentía nada, estaba como en pausa. Lo intenté, lo deseé, lo forcé y ese fue mi peor error, hasta que un día él me dijo que me amaba y yo le respondí que lo sabía, que lo sentía, que aunque no me lo hubiera dicho, me lo demostraba todo el tiempo.
Su amor era la certeza más grande que tenía en ese momento en el que yo estaba hecha pedazos. Esa noche lloré mucho, sentía culpa y arrepentimiento por estar dándole alas a una persona que sí quería pero no amaba y que me había entregado el corazón más leal que jamás tuve.
Así que llegó el momento en el que dos adultos maduros tienen conversaciones incómodas para poder construir relaciones sanas. Le dije que había intentado con todo enamorarme de él y construir una relación de pareja, pero no sentía nada, que lo quería mucho pero para mí solamente era mi amigo.
Sus ojos estaban incrédulos, no pudieron ocultar la decepción que le causé al confesarle que todo ese tiempo solamente había estado con él porque no quería estar sola, pero que justamente el cariño que le tenía me había hecho reflexionar y enderezar el camino para dejar de engañarlo y de engañarme a mí también. Fue una de las conversaciones más duras que he vivido.
En ese momento, ante sus ojos me había convertido en la mala del cuento que le estaba rompiendo su corazón incondicional. Por supuesto que primero hubo todo tipo de reproches y preguntas: ¿por qué?, ¿con quién sí?, ¿qué me falta?
Respondí cada uno de sus cuestionamientos de la forma más sincera que pude, era lo menos que se merecía. Hasta que me dijo que no quería ser mi amigo, que necesitaba alejarse de mí, que no podía continuar como si nada porque para él había sido como si todo.
Me dolió saber que estaba perdiendo a mi amigo más leal, pero entendí y respeté la distancia que quería poner entre nosotros. Le agradecí todo lo que me dio, todo lo que fue y le repetí que sí lo había intentado pero no había funcionado para mí.
Lo último que le dije es que la mujer que estuviera a su lado iba a ser la más afortunada porque iba a tener el corazón más bueno, leal e incondicional que existía en este fucking mundo y mientras se lo decía se me estaba rompiendo a mí también el corazón por haber llevado tan lejos todo esto.
No nos dimos un último abrazo, no sé si algún día podamos volver a ser amigos, yo espero que sí porque es una persona valiosa y hermosa que definitivamente quiero en mi vida. Todos los errores que cometí me ayudaron a madurar, a tener responsabilidad afectiva y empatía emocional. Desde entonces no me he quedado en ningunos brazos solamente por miedo a estar sola, desde entonces no volví a mentirme.
Y la lección aprendida es que cuando estamos sanas, estamos listas para compartir y para amar, pero cuando nos sentimos incompletas, solamente vamos restándole a los demás y me tocó romper un corazón para comprenderlo. A veces el precio que se paga es muy alto y eso pasa por no ser honestas con nosotras mismas.
No puedo prometer no cometer errores, pero sí puedo estar segura que no seré yo la responsable de romper un corazón nunca más porque he sanado y madurado. Estoy completa y satisfecha conmigo misma y desde esa honestidad soy capaz de relacionarme.
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